"Ven, te invito a mi ruta
para que conozcas el son de mi vida ardiente y gozosa.
Voy subiendo muy lento por la cordillera,
pero voy contento porque alguien me espera"
Álvaro Velásquez Balcázar era, desde hacía rato, un cotizado percusionista de toda la movida paisa de música tropical que lanzaba éxito tras éxito con agrupaciones como “Los Teen Agers”, “Los Falcons”, “Los Black Stars”, “Los Golden Boys”, “Los Graduados”, “Los Hispanos” y, poquito después, “El Combo de las Estrellas”. También —obviamente— había compartido en diferentes momentos con Julio Ernesto Estrada “Fruko”, el comandante de una bandola de grandes músicos que había puesto a bailar a todo un país con su salsa brava que, todavía por esos tiempos, era una novedad y, ya casito, toda una moda que se fue convirtiendo en un estilo de vida en muchos lugares del mundo.
Y si bien las versiones de esta historia no son del todo claras, pues el mismo Velásquez las cambió más de una vez, parece ser que, luego de una presentación en Toronto con “Los Graduados”, se enteró de que un viejo amigo de la bohemia paisa de los sesenta había caído preso en una prisión de Canadá. Algunas veces, Velásquez afirmó que su amigo le envió una carta contándole de las penurias de una celda “donde no llega el cariño ni la voz de nadie” y “solo vive del recuerdo eterno de su madre”, aunque en otras dijo simplemente que, por distintas razones, se inspiró en la dura vida que muchos presos tienen en las cárceles de cualquier lugar, “así la celda sea de oro”.
Por eso, Álvaro, basado en los juegos de adivinanzas que muchas veces, entre toque y toque, hacía con otros miembros de la orquesta, empezó a sacar la letra de una canción inspirada en las desventuras de su amigo y, de ahí en adelante, en muchas otras personas que pasan por la misma situación. Pero como él no era un compositor, al menos experimentado, la letra de ese nuevo tema se acomodó, tanto en la melodía como en la métrica, a “Río Crecido”, un paseo vallenato compuesto por Julio Fontalvo y grabado poco tiempo atrás por “Los Hermanos Zuleta”. Y esa canción decía lo siguiente:
"En el mundo en que yo vivo siempre hay cuatro esquinas,
pero entre esquina y esquina siempre habrá lo mismo.
Para mí no existe el cielo, ni luna ni estrellas;
para mí no alumbra el sol, pa' mi todo es tinieblas"
La letra, si bien no era del todo novedosa, porque en mucha de la música del Caribe se han grabado temas de índole similar, tenía su cuento tramador, que hacía que su autor —un tipo curtido en la escucha de mucha música— le tuviera fe. Por eso, confiado en su potencial, se dirigió a Codiscos, una de las compañías discográficas duras de Medellín, donde se encontraba como director artístico el ya legendario compositor Gildardo Montoya, quien, con buen ojo y bastante generosidad, le dijo:
— Vea, hermano, yo no sé sino de churrunguis; ¡lléveselo pa´ Fuentes que allá “Fruko” se lo recibe!
Y, efectivamente, Velásquez se fue para Fuentes donde, entre otros, se encontró con “Fruko”, quien, reconociendo el potencial del tema, afirmó que, de todas formas, a este le faltaba “comida”, por lo que llamó al arreglista Luis Carlos Montoya, quien le cambió ese viaje de chucu chucu que tenía originalmente, la pasó de modo mayor a menor, le armó los coros y, en compañía de “Fruko”, le dio ese poderoso viaje en el que la conga, el bajo y el piano —a lo Richie Ray— mandaron la parada convirtiéndolo en una salsa brava, de esas que se bailan brincando y no arrastrando los pies.
Total, ya desde un principio había sido un “hit” llegarle a “Fruko”, pues este se encontraba manifestando su máximo poder al frente de la banda de salsa más popular de toda Colombia, la única que, tal vez, ponía a sonar éxitos en todo el país al mismo nivel de luminarias de otros contextos como Willie Colón, “Nelson y sus Estrellas”, Alfredito Linares, “La Dimensión Latina” y el todopoderoso Richie Ray con su “llave” Bobby Cruz.
¡Oye Colombia!
¡Escucha la banda de “Fruko”!
Julio Ernesto Estrada, “Fruko”, nació en Medellín el 7 de julio de 1951, en una familia de clase popular muy inclinada a la música. Era sobrino de Mario Rincón, uno de los ingenieros de sonido de la ya importantísima Discos Fuentes, empresa que, desde hacía varios años, se había trasladado de Cartagena a Medellín, cambiando muchas de las sonoridades que se popularizaban en gran parte del país. Por eso, desde muy joven, pese a algunas inclinaciones camajanas y hasta malandrosas, sustentadas en su gran fortaleza física, se fue por el camino del trabajo duro, pero lleno de swing, en los estudios de grabación del sello musical, pero también en las tarimas, ayudando a sus tíos en las cargadas de cables, conexiones e incluso mezclas de canciones. Claro que el joven Julio, quien dejaba ver que tenía mucha musicalidad e ideas novedosas para muchos de los grupos, nacionales e internacionales, que pasaban por los legendarios estudios Fuentes, empezó, por eso mismo, a grabar algunos instrumentos, siendo llamado a formar parte de la segunda etapa de “Los Corraleros de Majagual”, una especie de All Stars de la música costeña sabanera de Colombia (y mucho más que eso) que mandó la parada durante los años sesenta, logrando ser, en gran medida, la única agrupación colombiana que aguantó el embate de orquestas venezolanas, como la Billo´s y Los Melódicos. Vale recordar, por cierto, que fue en “Los Corraleros” que al muy joven Julio le pusieron el mote de “Fruko”, pues Lisandro Meza, el capitán de la segunda etapa de esa agrupación, luego de la partida de Alfredo Gutiérrez —quien se fue a vallenatear con mucho éxito—, dijo que Julio era igualito a una muñeca de la popular marca de salsa de tomate “Fruco” y, para no generar problemas de derechos (de los que los dueños Fuentes, por cierto, eran bastante “abejas”), le quitaron la “c” y pusieron una “k”, y listo.
En esas, “Fruko”, siempre atento, siempre despierto y siempre en la jugada, se dio cuenta, en una gira por Nueva York, de que había un nuevo movimiento musical que mandaría la parada donde se presentara. Ese era lo que ya se conocía como salsa, esa amalgama de influencias de todo lo que, en la cocina multicultural de Nueva York, hermanó tradiciones de distintos lugares para crear algo que sonaba a lo que ya se conocía, pero que al tiempo era diferente por su notoria agresividad, cierta marginalidad y no tan sutil caos sonoro (acorde con la sociedad urbana contemporánea), pero al tiempo sabrosura, swing, tradición y sentido de pertenencia a contextos específicos, fuera lejos o cerca del Caribe, que se iba volviendo más un sentimiento cultural e incluso espiritual que simplemente un espacio geográfico. Por eso, con la anuencia de los dueños del sello discográfico, que ya sabían de su talento y buen ojo para las cosas, tuvo carta libre, primero para salsear con “Los Corraleros” y, más pronto que tarde, formar una banda de salsa —a la que, tal vez por su inclinación hacia el rock en sonoridades, melodías y armonías, no le decía orquesta—, consiguiendo que todo lo que parecía bueno y promisorio fuera mucho mejor disparándose a niveles que jamás se habían esperado.
"Yo no quiero que me hablen de pena ni sufrimiento;
yo quiero vivir mi vida alegre, feliz, contento.
El día que yo me muera no quiero llanto ni rezo;
pregúntenle a Jaime Ayala que es ahora el vivo muerto"
“Fruko y sus Tesos” fue creada en 1970, primero como una agrupación de estudio que sacó al mercado el álbum “Tesura” con la voz de Humberto Muriel, quien después, luego de un breve periplo por México, se iría a formar la agrupación “El Combo de las Estrellas”, más inclinada al chucu chucu (o a lo que algunos, con cierto sesgo que no deja de tener razón, denominarían como “sonido paisa”) que a la denominada salsa. Pero el verdadero inició de la banda sería con el álbum “A la memoria del muerto”, de 1971, que, con la voz de Edulfamid Molina Díaz, “Piper Pimienta”, puso a bailar a todo un país, desde bambuqueros, tangueros, vallenateros, joroperos y demás “eros” que había por todas partes. El éxito del grupo, caracterizado por su sonido contundente, alejado del jazz, pero cercano al rock; letras que aludían a crónicas barriales y a lo que en este género después se volvió cliché, pero que en ese entonces era un fiel retrato de la vida misma (con la calle, el barrio, la esquina, la barra, el bar…), hizo pensar a muchos despistados que se trataba de una orquesta newyorkina, boricua o venezolana, por lo que no ocultaban su sorpresa cuando se enteraban de que era bien colombiana y formada por gente de todo el país, con figuras como Jorge Enrique “George Saxon” Gaviria, Gustavo García “el Pantera”, Hernán Gutiérrez y Rafael Benítez, entre otros.
Y sí, todo iba muy bien, pero en estas vueltas de la vida el camino es largo y culebrero, pues, como suele pasar, llegaron algunos desacuerdos, sobre todo cuando “Fruko” se enteró de que Piper Pimienta Díaz resultó yéndose a tocar al Ecuador —obviamente, sin avisar— con el nombre de “Fruko y sus Tesos”, por lo que el cantante de Puerto Tejada fue despedido de la orquesta, al menos por unos cuantos años hasta regresar a otra agrupación formada por “Fruko” y con sus mismos músicos: “The Latin Brothers” (aunque esa historia la cuento otro día).
Por eso, con la salida de “Piper” había que remozar la banda, lo cual, a pesar de lo que se podría creer en un principio, no fue tan difícil, pues ya “Fruko”, de la mano de importantísimas figuras de la música en Colombia como Isaac Villanueva, Mike Char y Hernán Colorado, tenía identificados a dos jóvenes que, estaba seguro, serían la punta de lanza de la nueva etapa de su agrupación, sobre todo por su juventud, cheveridad, bacanería contemporánea y una “solladez” que se sentía moderna, rebelde y hasta contracultural (aunque, claro, en un momento en que lo contracultural, como suele pasar, ya se estaba convirtiendo en moda para dejar de serlo).
"Por qué es que te resientes si apenas he llegado;
sabes que estaba ausente y mi amor no ha cambiado.
He vuelto lleno de cariño y con ansias de amarte y quererte más"
El primero de esos jóvenes era Álvaro José Arroyo, a quien todos conocían como Joe o, “el Joe”, quien, nacido el 1 de noviembre de 1955 en Cartagena de Indias, fue llamado, a instancias de Mike Char, por Isaac Villanueva, cuando cantaba con la orquesta “La Protesta”, para hacer una “prueba con la banda de Fruko”. En esos tiempos, Joe descrestaba a todo el mundo por su aguaje callejero, energía en la tarima y, sobre todo, hermosa, cálida, versátil y aguda voz que, incluso, hacía creer a algunos desprevenidos que quien cantaba era una mujer. Con Joe, “Fruko y sus Tesos” consiguió seguir arriba con éxitos como “El Ausente”, “Tania”, “El Negro Chombo”, “Los Patulekos”, “Flores silvestres”, “Palenque”, “El Cocinero Mayor”, “El árbol”, “Catalina del mar” y muchos más, dejando ver que a esa banda potente, agresiva, bacana y con mucha energía juvenil, como era la salsa en aquellos tiempos, le vino muy bien el espectacular artista cartagenero.
Pero el otro cantante que “Fruko”, de manera sigilosa, pero efectiva, incorporó a su agrupación, era un joven nacido el 30 de agosto de 1951 en la ciudad de Santiago de Cali, quien, además de gozar con lo que en aquellos tiempos llamaban “música antillana” (y ahí cabía desde “La Sonora Matancera”, “Celina y Reutilio”, Roberto Ledesma, Daniel Santos, Benny Moré, Rolando Laserie, “Cortijo y su Combo”...) y la música del Pacífico de currulaos y porros de gente como “Peregoyo y su Combo Vacaná”, era un excelso bailador y, al tiempo, un muy buen jugador de fútbol. Su nombre era Wilson Manyoma Gil, un joven negro de aquellos tiempos, bueno para la rumba, deportista consumado y con mucha alegría que, además, surgió en un contexto propicio para cultivar muchas de esas actividades, pues, por ejemplo, sus hermanos menores Hermes y Henry, han sido también importantes cultores de la música, la melomanía y la rumba en Cali.
Desde pequeño, Wilson supo mostrar su talento para el baile y el canto, pues incluso bailaba en bares, discotecas y “griles” a mediados de los años sesenta, donde también le daban su “palomita” para entonar alguna de esas canciones que pegaban con tanta fuerza en el barrio caleño. “Fruko” supo de él por diferentes fuentes que ya le habían dicho que le pusiera cuidado a ese joven de afro voluminoso y pinta de boxeador, pero fue principalmente su amigo Dagoberto Gil —según los rumores, un agente del F-2 que comerciaba los discos que llegaban desde Nueva York al puerto de Buenaventura—, quien, no solo lo recomendó, sino que lo llevó hasta Medellín para que le hicieran una prueba que resultó exitosa, luego de que lo oyeran cantar el tema “No sufrirás”, de su autoría. Con esto, Manyoma, quien todavía soñaba con ser un exitoso delantero y emular a cracks como Willington Ortiz, Alfredo Arango, Jaime Morón, Diego Umaña o Alejandro Brand, tomó la decisión de dedicarse a la música, lo cual no fue, para nada, una mala idea. Total, su voz tenía todo para triunfar: fuerza, afinación, color, buena tesitura y una capacidad para llegar a notas bajas y altas que lo hacían ponerse muy en la onda de gente ya legendaria como Óscar D´León, Andy Montañez e Ismael Rivera, y eso no era cualquier cosa.
De ahí en adelante, desde la grabación del álbum “Ayunando”, de 1973, Manyoma, a quien le pondrían el nombre artístico de “Wilson Saoko” (aunque a mí me gusta más el de “Manyoma”, pues me parece mucho más sonoro), por una bebida típica de ron con coco que, al parecer, tomaba Benny Moré, se consolidaría como uno de los cantantes que marcaron a la época dorada de “Fruko y sus Tesos”, grabando exitosos álbumes, como “La Fruta Bomba”, “El Caminante”, “El Grande”, “El Bárbaro” y “El Patillero”, entre otros, dejando numerosos temas clásicos, como “Los Charcos”, “Quiero de nuevo empezar”, “Si yo encontrara un amor”, “Mosaico santero”, “El Patillero”, “El son del tren” y “Tú sufrirás”, y, a la vez, haciendo muchísimos coros para las agrupaciones de Discos Fuentes que, por ese entonces, tenía la plana de artistas más importante, por lo menos de lo que se denomina música tropical, del país, por encima de sellos en ascenso como Codiscos y otros más tradicionales como Sonolux. A la vez, al convertirse en integrante de la plana mayor de Fuentes, Manyoma grabaría también con otras agrupaciones como “The Latin Brothers”, “Wganda Kenya” y “Afrosound”, todas dirigidas por “Fruko”.
Con Wilson y Joe, “Fruko y sus Tesos” se terminó de consolidar como una máquina de éxitos con gran impacto en el público masivo, lo cual generaba recelo entre quienes solo se descrestaban, con indudable elitismo —arribismo— cultural, con lo que venía de Cuba, Nueva York y Puerto Rico. Sin embargo, el tiempo ha puesto a las cosas en su lugar, pues “Fruko” demostró que, ya para aquellos tiempos, en Colombia había conseguido emerger una salsa de alta calidad, tremendamente brava, muy caribeña (pero también paisa y caleña y pacífica…) y al tiempo urbana, que, así no niegue sus influencias (en el caso de “Fruko”, Richie Ray y “Nelson y Sus Estrellas”, entre otras), resultó siendo muy original.
"Te anda buscando la tribu Yambayú ¿dónde es que está Manyoma?
Le pido a Dios pa' que regrese, la tribu Yambayú te llora
¡Manyoma, Manyoma!"
El tema “Manyoma”, que tiene un tumbao cheverísimo, ecléctico y bastante moderno, fue hecho luego de que “Fruko” escuchara en la playa a Joe Arroyo llamando a su “pana” a todo pulmón y es, de cierta manera, un homenaje a Wilson, a pesar de su letra extraña, sollada y onda inclinada al Caribe anglófono y francófono, lo cual demuestra que la salsa, sobre todo en aquellos tiempos en que aún no se habían consolidado del todo los parámetros de interpretación y todo era más libre y experimental, era mucho más que una sola cosa (o de ritmos de un lugar particular), pues incorporaba influencias de todo tipo, demostrando que la bacanería que la banda exultaba con creces era, a todas luces, natural. Por cierto, Joe decía que el tema “Manyoma” es uno de los primeros ejemplos de lo que después se llamó “Joeson”, aunque a mí me suena a otra cosa, llevándome a un viaje de rock (pero con congas), soul y, por supuesto, salsa, con todo y su complejidad.
Vale decir que la amistad de Wilson con Joe fue tan grande que se hicieron prácticamente hermanos, pues ambos, afrodescendientes, venidos de las clases populares y compañeros generacionales, compartieron penurias, crisis y penas, así como alegrías, éxitos e ilusiones que se fueron haciendo realidad dejando, además, álbumes históricos que tienen música maravillosa que tristemente Discos Fuentes nunca ha sacado al mercado con ediciones de calidad (en CD y LP). Al respecto, valdría la pena hacer un buen trabajo de edición, “curaduría” y producción que relanzara lo que han sido joyas de la música en Colombia y la salsa en general (mejor dicho, si triunfo en el reggaetón, prometo llegar a un acuerdo con los dueños de los derechos de esos discos y sacar al mercado esas ediciones soñadas por mí, aunque primero me tocaría hacer reggaetón).
"Condenado para siempre en esta horrible celda
donde no llega el cariño ni la voz de nadie.
Aquí me paso los días y la noche entera;
solo vivo del recuerdo eterno de mi madre"
A pesar de todas las canciones que Manyoma grabó y que fueron grandes éxitos que aún se bailan, gozan y cantan, hay una que se destaca al haberse convertido, tal vez, en el tema más exitoso de la banda en su historia y, además, una de las salsas más sonadas y bailadas en el mundo en cualquier tiempo y lugar. Ese es “El Preso”, el ya mencionado tema de Álvaro Velásquez, que “Fruko” grabó en 1975 para su álbum “El Grande” o, como también se le llama “Fruko el Grande” (el que, para mí, tiene la carátula más chévere de todos los discos de la banda, con “Fruko” Joe y Wilson sonriendo ataviados con su pinta hippie de collares, candongas, chalecos, barbas y afrolooks). Este tema se le entregó a “Saoko”, a pesar de la insistencia de Joe Arroyo en cantarla él (y, de hecho, la canta también porque le hace un coro muy chévere), pues “Fruko” tuvo claro que la voz grave, de cierta manera melancólica y poderosa, de “Saoko” podía darle el “tono” que se buscaba, y no se equivocó. El tema comienza con el tumbao de un piano y un bajo acompañados de la voz de Manyoma que dice “Oye, te hablo desde la prisión, Wilson Manyoma, Gorgona”, y de ahí en adelante continúa con toda la banda mostrando todo su poder.
“El Preso”, además de su brillante arreglo con dos trompetas y dos trombones; un piano agresivo y muy protagónico; un bajo profundo, sencillo, pero poderoso, un timbal bien marcado y una conga que “Fruko” tuvo que regrabar para que tuviera la contundencia que esperaba, tiene una letra poderosa que alude a los padecimientos que vive un hombre privado de su libertad, cuestión que generó la identificación, no solo de quienes vivían esa situación, sino de familiares y amigos que tienen a un ser querido padeciendo algo similar. Además, al ser la salsa, al menos en su origen, un género musical de cierta manera marginal, callejero, violento y urbano que, en numerosas ocasiones, transmitía las vivencias de la calle, el malandraje y la dureza de la cotidianidad, acogió bien a esta canción dejando en evidencia que, al menos en Colombia, la tristeza también se baila, con lo bueno y malo que eso signifique.
Eso sí, vale decir que Álvaro Velásquez, el compositor del tema, cedió sus derechos a Discos Fuentes (es que, como les decía, allá han sido siempre bien “abejas” con esas cosas) por una ínfima cantidad de dinero y, a pesar de intentar demandar, no tuvo éxito (y, por cierto, yo le reconocería al arreglista Luis Carlos Montoya la coautoría de la canción) “El Preso” es un clásico ineludible de la música hecha en Colombia que suena hoy en día igual que hace 50 años, lo cual contrasta con mucha de la música comercial contemporánea que, por su manera de difundirse y, atendiendo las nuevas formas de consumo de las personas, no dura más de tres semanas arriba y luego desaparece hasta no volver a sonar (pues ya no se graban “clásicos”). Tanto en el repertorio de “Fruko”, como en el de “Saoko”, “El Preso” no se puede dejar de tocar en vivo, lo cual, si bien es muy positivo en un contexto en que muchos artistas persiguen toda la vida un “hit” sin conseguirlo, puede que, para otros, el asunto se vuelva desgastante. Sin embargo, eso no ocurrió con Wilson, quien siempre se sintió a gusto cantando la canción en todas las partes donde se presentó, lo cual quedó en evidencia una vez que decidió retirarse de la orquesta de “Fruko”, en momentos en que las modas y expresiones de la música y la misma salsa iban cambiando y ese sonido empezaba a tornarse “viejo”. Así, ya para 1985, Wilson Saoko grabó “El Magnífico”, su último trabajo discográfico con “Fruko”, al menos en esa primera parte y empezó una carrera solista que no estuvo exenta de dificultades.
Al respecto, vale preguntarse por qué Manyoma no tuvo éxito como solista si tenía todo para serlo: una gran voz, carisma, sabrosura, experiencia y contactos en el complejo mundo del espectáculo. No me atrevo a decir qué pasó, porque, si bien él, como muchos otros, resultaron muchas veces en desórdenes personales que la fama les generó con el consabido coctel de licor, drogas, noche y mujeres; otros, como el propio Joe, que vivió esas mismas realidades, se consolidó como un gran solista e ídolo de multitudes. Supongo que a Wilson le faltó promoción para que los pocos álbumes que lanzó como solista tuvieran el impacto esperado. No se trataba, claro, de que necesariamente lograra el mismo impacto de Joe Arroyo, pues eso era, tal vez, imposible, pero, a pesar de su respetable trayectoria, queda la sensación de que Manyoma tenía con qué hacer una carrera solista más poderosa. A pesar de todo, Wilson viajó por todo el mundo, tocando con su propia orquesta y, sobre todo, agrupaciones locales en cada lugar; lanzó varios álbumes solistas que no sonaron mucho en la radio, aunque algunos son buenos (hay uno, que tengo en CD firmado por el sello Victoria que tiene excelentes canciones, muy buena interpretación y poderosos arreglos, pero un pésimo sonido que atribuyo a una terrible mezcla), hizo coros en numerosas grabaciones y, finalmente, en varios momentos regresó con “Fruko”, con quien grabó nuevos álbumes que poco sonaron, entre los que estaba una nueva versión de “El Preso” (y otras con temáticas similares) que, como pasa la mayoría de veces con las segundas partes, nunca son del todo buenas, al menos comparándolas con la versión original. En esas idas y venidas, peleó con su mentor, se arregló con él, volvió a compartir tarimas y vivió en distintas ciudades, todas ellas, a su manera, epicentros salseros, como Cali, Medellín y Barranquilla, esta última en la que permaneció por más de 20 años.
Vale decir que Joe Arroyo, cuando se había convertido en el “súper Joe”, es decir, toda una megaestrella de la música en Colombia y parte del mundo, y Wilson andaba, al parecer, en horas bajas, acogió, varias veces, a su amigo, invitándolo a formar parte, como corista, de su orquesta “La Verdad”, aunque, obviamente, eso no duró mucho, pues Wilson era un solista con todas las de la ley. No obstante, Wilson siempre supo que su amigo, con todo y sus subidas y bajadas, estaría ahí para darle la mano y apoyarlo en los nuevos proyectos en los que se involucrara, y así fue hasta la muerte de él en 2011. Además, Wilson tenía a “El Preso”, entre otros temas legendarios de su repertorio, con lo cual el impacto estaba asegurado.
"A quien pueda interesarle yo le ofrezco el corazón,
junto con esta canción a quien pueda interesarle"
Me enteré hace pocos meses, por intermedio del investigador Sergio Santana Archbold, de que Wilson estaba enfermo por un cáncer que, infortunadamente, había avanzado bastante, pero, como siempre, esperaba que la noticia de su partida no llegara, al menos pronto. De hecho, supe, con bastante curiosidad, que hace unos pocos meses se lanzó en Cali el libro “Saoko. Biografía de Wilson Manyoma, leyenda de la salsa” de la investigadora Andrea Barraza Cabana, aunque más de manera simbólica, porque aún no está disponible en el mercado (ojalá lo esté pronto). En otros momentos, Wilson fue objeto de homenajes de programas de televisión que contaban su historia y brillante trayectoria, así como de eventos de melómanos y coleccionistas que lo veían como un figurón histórico de la música que les apasiona. En esas, de vez en cuando, tenía alguna presentación que demostraba que su voz, a pesar de los años, seguía siendo poderosa.
Sin embargo, como inevitablemente ocurrirá con todos (que, en lo infinito del tiempo, está a la vuelta de la esquina), esta vez le llegó el turno de partir al gran Wilson Manyoma, aquella voz líder de tantas canciones que hemos bailado y han inspirado a rumberos, oyentes, melómanos y músicos para hacer la vida un poquito —un poquito mucho— mejor.
“Todo tiene su final, nada dura para siempre”, dijo otro legendario poeta popular también desaparecido, pero, teniendo en cuenta que todos vamos hacia un destino inevitable, será siempre chévere recordar el camino recorrido por gente como el gran Wilson Manyoma “Saoko”, quien, sin duda, así algunos no sean del todo conscientes, permanecerá en la memoria colectiva de un país que, a veces, cree no tener factores de cohesión que lo consoliden como una comunidad imaginada, pero que, como nos ha mostrado la historia, apenas suenan las primeras notas del piano que introduce a “El Preso”, se para de la mesa y empieza a cantar y bailar, porque, incluso con esa letra dura que relata las vivencias de la gente privada de la libertad, todo se baila, así sea la tragedia, tal vez como una manera de escapar de ella o, al menos, enfrentarla para que se pueda pasar mejor el trago amargo.
El 20 de febrero de 2025, Wilson Manyoma Gil o “Wilson Saoko”, murió físicamente, pero, desde hace 50 años, cuando este hombre grabó “El Preso” con “Fruko”, Joe y el resto del combo, en medio de esa historia tan bonita de música, alegría y bacanería, ya se había ganado la inmortalidad. Ojalá que se haya ido sabiéndolo.
*Agradezco a Sergio Santana Archbold, autor, en compañía de Juan Carlos Mazo, del libro “Fruko. Salsa y Tesura” (Ediciones Calle SalsayLetras, 2022), sus comentarios y precisiones para la elaboración de este texto.