“Los coleccionistas son seres egoístas que no entienden por qué los
demás no comprenden su pasión por la música; “¿Por qué no son tan
apasionados como yo?”, inquieren; y es que no solo sienten la música, la
letra de las canciones o tonada y el ritmo, sino que disfrutan llenar
los vacíos reales o virtuales de los espacios destinados a los discos,
portadas, letras y partituras que los llevan a colmar su gozo secreto.
De hecho, todos los días despiertan con la ilusión de encontrar la pieza
que encaje en su delirante juego de rompecabezas”. Enrique Chao
Como psicólogo de profesión y melómano de corazón, hallé el tema
perfecto para escribir un artículo que combinara la disciplina
científica con la pasión musical: el coleccionismo,
visto desde el ámbito psicológico. El coleccionismo es algo apasionante
porque nos permite abordarlo desde varias perspectivas. Desde lo social y cultural, hasta lo clínico, el hábito de coleccionar se ha convertido en materia de investigación por parte de estudiosos de las ciencias sociales.
Cuando hablamos de coleccionismo y coleccionistas de discos, resulta inevitable relacionarlo con el concepto de melómano. Algunos consideran que por regla general todo coleccionista es melómano, lo cual no es absolutamente cierto.
No hay que olvidar que el auge de la compra y venta de acetatos ha dado
pie al surgimiento de comerciantes que acumulan pastas con el único
objeto de venderlas al mejor postor.
Entiéndanme, no estoy criticando el comercio ni a los comerciantes de
vinilos. Me molestan, eso sí, los usureros descarados que venden discos
de $10.000 en $100.000 con la mayor desfachatez. Solo quienes
desarrollamos una profunda pasión por la música podemos entenderlo. Es una extraña sensación de bienestar extremo. Adquirir discos de vinilo o cd se convierte en un delicioso placer,
y aún más, disfrutar del preciado tesoro que se acaba de conseguir: el
hecho de admirar la carátula, limpiar el disco, ponerlo en la tornamesa,
escuchar el scratch, y guardarlo junto a los demás ejemplares de
nuestra colección, es todo un significativo ritual mágico y único.
Sin embargo, esto que para nosotros parecer normal, para psicólogos,
psiquiatras y sociólogos ha sido materia de estudio en búsqueda de
respuestas a interrogantes tales como: ¿por qué coleccionamos?, ¿qué
conduce a las persona a acumular objetos?, ¿es un hábito sano o es para
preocuparse?
Indudablemente el coleccionismo, en su justa medida, es un hobby
enriquecedor que aporta beneficios psicológicos en cuanto al desarrollo
de habilidades con la memoria, el orden, la paciencia y la constancia.
Hasta aquí podríamos hablar de una “patología sana”, como lo definió el
Dr. Vallejo-Neira, quien sintetizó la visión positiva del coleccionismo basado en la motivación, la necesidad de una actividad libre, la autosuperación, la autoafirmación, la búsqueda de aceptación,
y el algunos casos, la misma vocación de artista. Otras bondades que
ofrece el coleccionismo son el desarrollo intelectual, el lenguaje y la
socialización, y facilita superar el aislamiento social.
Pero los laberintos de la mente ignoran los límites de las “justas
medidas”. El hábito de coleccionar también tiene su lado oscuro, y
ocurre más frecuentemente de lo que se puede imaginar. La gran
mayoría de coleccionistas de discos son compradores compulsivos y esta
es la forma más sencilla de identificar una patología mental.
Es un riesgo que corre cualquier fanático, pues sin darse cuenta, pasa
de ser un simple aficionado a un individuo obsesivo, capaz de derrochar
su capital, descuidar su familia y desperdiciar su tiempo en algo que a
todas luces no deja de ser más que un mero pasatiempo.
De hecho, la psicopatología moderna define el coleccionismo obsesivo
como “una conducta ligada a naturalezas maníacas y megalómanas,
estrechamente relacionada con comportamientos premórbidos, como la usura
o la avaricia”. En términos cristianos, esto significa que un coleccionista “enfermo” puede observar incrementos anómalos del estado de ánimo, así como delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia y obsesión compulsiva por tener el control.
También se afirma que coleccionar objetos de manera exagerada es
síntoma de un trastorno obsesivo-compulsivo, del cual existe una
variante conocida como “Síndrome de Diógenes” (personas que viven solas y llenan ese vacío acumulando objetos)
y adicción a las compras, patologías mentales que padece
aproximadamente el 12% de la población (López, 2001). ¿O acaso no les ha
pasado, amigos coleccionistas, que van pasando por la calle 19 o el
mercado de las pulgas, y sienten la inevitable necesidad de ir a comprar
discos?
Lo curioso del asunto es que acumular objetos es un hábito que la
mayoría de personas hemos tenido en algún momento de nuestra vidas. En
mi caso ha sido una constante: a los 11 años empecé a coleccionar comics
de Kalimán, Arandú, Águila Solitaria, Memín, Fuego, El Valiente, y
cuanta publicación lanzaba al mercado la Editora Cinco. Llegué a tener más de 1.200 ejemplares que por obra y gracia de mi papá fueron a parar a la basura;
después me dediqué a los llaveros, la filatelia, la numismática, y a
guardar celosamente diarios con noticias históricas. De todo eso, solo
conservo los periódicos. Más adelante, cuando me apasioné por la salsa,
inicié mi colección de acetatos, hábito que había dejado de lado pero
que retomé el año pasado.
Lo que resulta coincidente en las fuentes que he consultado, es que
coleccionar es sinónimo de amar, y resulta infructuoso buscar
motivaciones para explicar este fenómeno. Obviamente, en el caso nuestro, la pasión por la salsa es el motor que nos lleva a adquirir las producciones de nuestros ídolos.
Eso es lo que podemos decir de labios para afuera, lo extrínseco. Pero
no hay forma de acercarnos al elemento sentimental, a lo que
internamente nos motiva a aumentar nuestra existencia personal de
vinilos.
También se afirma que los coleccionistas combinan instintos que van
desde lo delicado hasta lo vulgar, desde lo espiritual hasta lo
primitivo, y casi siempre, evidencian un egoísmo extremo.
Pero pese a todo lo que dicen los estudios sobre los coleccionistas
pasivos y patológicos, no se puede dudar que estos siempre son tratados
con respeto en sus círculos sociales. Los encuentros de melómanos y
coleccionistas dan fe de ello. Este tipo de eventos le han dado
realce, relevancia, reconocimiento a un hábito, que más allá de lo
clínico y psicológico, ha permitido que la cultura por la buena música
se conserve, que se sigan escuchando los clásicos, que se
continúe apostando por lo artístico y que existe una inmensa minoría
para quienes es fundamental comprar solo original. Y aquí vale la pena
reconocer que el coleccionismo brinda un aporte valiosísimo en el
espectro socio-cultural: contribuye a la creación de nuevos estímulos
culturales y educativos y materializa el legado del pasado para
conservarlo como heredad de inmenso valor, tanto pecuniario como
histórico.
Retomo los interrogantes planteados al comienzo de mi escrito para
tratar de darles una definición personal: ¿Qué es un melómano?, pues un
amante de la música, una aficionado a la melodía, no necesariamente un
“fanático” (cuyo significado textual nos puede remitir nuevamente a
perfiles patológicos) o experto. Por eso sostengo que es tan melómano quien colecciona acetatos como quien descarga archivos digitales.
No solo es melómano el coleccionista, investigador y musicólogo.
También puede serlo quien compra el cd, quien va al concierto, quien no
se pierde el programa radial ni el de videos musicales o quien va al bar
periódicamente a escuchar la música de su agrado.
¿Qué es un
coleccionista (de música)?, un melómano cuya pasión por determinado
género o artista lo lleva a dedicar parte de su vida a adquirir sus
discos.
La calidad de coleccionista no se adquiere por la cantidad de
acetatos que posea en sus estantes, sino por el hecho de adquirir
regularmente, comprados, regalados o intercambiados, piezas musicales de
su predilección. Aquí abro un paréntesis para referirme a algunos
personajes mezquinos que consideran que solo es coleccionista quien
tiene varios miles de discos en su haber. Nada más absurdo. Es
tan coleccionista quien posee diez mil acetatos como quien acaba de
empezarla. Es tan coleccionista quien tiene toda la colección de Machito
como el que posee la de Eddie Santiago. Es tan coleccionista
Paul Mawhinney, quien tiene dos millones y medio de discos, como yo, que
entre vinilos y cd apenas llego al millar. No es una cuestión de
números: se trata de una forma de vida.
Por fortuna, son muchas más las personas humildes, amables,
sencillas, y sobre todo, libres de sentimientos egoístas, con quienes he
tenido el placer de compartir mi afición por la música. Uno de
ellos, mi buen amigo Luis Alfonso Buitrago, quien perdió absoluto
interés por seguir comprando música y prometió dejarme su extensa
colección de acetatos, me pregunta cada vez que puede: “¿y para qué
seguir comprando más mugre si todo se puede conseguir gratis por
internet, para que se muera y sus hijas los boten a la basura o los
regalen?”.
Entonces yo le digo: nosotros somos un poco como esos acetatos: circulamos por ahí, tenemos una vida útil, y después, vamos a parar a la basura.
¿A quién le importa pensar lo que pase mañana si cuando muera no voy a
saber qué van a hacer con mi música? El coleccionismo es un delicioso
placer que solo nosotros sabemos experimentar y podemos entender.
San Martín de los Llanos (Meta)