Petrit Baquero Autor del Artículo |
Hace 40 años se lanzó “Siembra”, el álbum más vendido de la historia de la salsa, una obra maestra por sus maravillosas canciones, efectivos y novedosos arreglos, virtuosos músicos, letras llenas de sentido social y posturas políticas contundentes (¡Nicaragua sin Somoza!), extensa duración de los temas y uso de efectos sonoros.
El disco, firmado por Willie Colón y Rubén Blades, representó una verdadera revolución que demostró que la salsa, que de todas formas sonaba (en esos tiempos) rebelde y contestataria, con sus letras y sonidos barriales llenos de orgullo latinoamericano, caribeño y africano, podía trascender a otros espacios con unas letras cargadas de mensajes profundos en un contexto de efervescencia social y política.
Los tres trombones, agresivos y bien afincados; el bajo funkeado del gran Sal Cuevas, la percusión sabrosa de Mangual Jr., Eddie Montalvo y Jimmy Delgado; los arreglos de cuerdas de Carlos Franzetti y, por supuesto, la dirección musical de Willie Colón, así como las letras y la voz de Rubén Blades, marcaron un camino para quienes están convencidos de que se puede pensar críticamente sin perder el swing y el tumbao (y la rebeldía).
El éxito sin precedentes de “Siembra” atrajo a la salsa a personas que antes no le habían puesto atención, ya que veían al género (como pasa actualmente con otras músicas) como una música de malandros o, en el mejor de los casos, como una manifestación que solo servía para mover el cuerpo pero no la mente. Pero “Siembra” cambió esta percepción pues su impacto le hizo ser objeto –y medio-, no solo para rumbas bacanísimas, sino para análisis profundos y montajes artísticos por parte de investigadores sociales, estudiantes, artistas de otros ámbitos y personas con curiosidad por los nuevos sonidos y las letras originales.
De hecho, cuando oí “Siembra” por primera vez (por ahí en 1988), luego de que mi papá pusiera el álbum en el equipo de la casa (en aquellos tiempos en que la salsa, con Joe Arroyo y el Grupo Niche, me tenían fascinado), sentí un golpe de emoción al descubrir un mundo nuevo. Es que me encantó el comienzo satírico, pero muy chévere, con música “Disco”, de “Plástico” (con su fuerte crítica al arribismo, al clasismo, al racismo y a la pérdida de identidad) que terminaba con un llamado a la unidad latinoamericana. Pero también me fascinó ese son montuno, con solo de trombón de Colón y “solo de boca” de Blades, llamado “Buscando Guayaba”. Y me descrestaron canciones como “María Lionza”, una crónica sobre el sincretismo en Venezuela, que me hizo ir a buscar la montaña de Sorte por Yaracuy; “Dime”, con su tumbao romántico pero con mucho swing; “Ojos”, con esa hermosa poesía de Johnny Ortiz y, por supuesto, “Siembra” con su arreglo espectacular y mensaje, para nada ingenuo, de esperanza que, en esos tiempos y hoy también, algunos creen que es solo una utopía.
Y, claro, mención aparte se merece “Pedro Navaja”, esa maravillosa crónica de Blades sobre un bandido latino en Nueva York que me atrapó gracias a su espectacular arreglo con armonías jazzeadas, sonido urbano (hoy en día muy contemporáneo), efectos sonoros y, sobre todo, por la manera en que, poco a poco (desde un comienzo de solo conga y voz), van entrando, mientras modula la tonalidad, todos los instrumentos hasta el momento en que se encuentran el malandro Pedro Barrios y la prostituta Josefina Wilson, quienes se dan cuenta de que “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, Ay Dios”.
De hecho, siempre digo que por cuenta de “Pedro Navaja” me fasciné por estudiar las historias de los bandidos y los contextos en los que estos surgen, con lo cual es claro que este álbum ha sido, para mí, mucho más que un mero entretenimiento y, por eso, cabe decir, es que el lanzamiento de mi libro “La nueva guerra verde”, arrancó con mi banda tocando “Pedro Navaja” (lástima que el video se perdió, pero esa es otra historia), ya que esas obras maestras ("Pedro Navaja", claro está) dicen, planean y expresan mucho más de lo que algunos pueden llegar a pensar.
Después de ese álbum las carreras de Colón y Blades jamás serían iguales. Al poco tiempo (y luego de álbumes maravillosos como “Maestra Vida” y “Canciones del solar de los aburridos”) decidieron separarse y seguir cada uno por su lado, con bastantes tensiones hasta una ruptura que parece definitiva cuando, precisamente, hubo líos por las ganancias de un concierto que celebraba, en 2003, los 25 años de este álbum. Asimismo, Rubén Blades (quien, definitivamente, encontró el estrellato con ese álbum, gracias al respaldo de Colón) se dio cuenta de las tumbadas que le pegaban en el sello Fania por cuenta de sus regalías y derechos de autor. También Colón empezó a tener una mirada más amplia sobre lo que implica ser latinoamericano, no solo en el barrio newyorkino, sino en todo el continente (a pesar de lo facho que se volvió después). Y si bien ambos siguieron, por separado, haciendo obras de gran calidad (de Blades, por ejemplo, el maravilloso “Buscando América” y de Colón el grandioso “Fantasmas”, entre muchos más), es claro que “Siembra” es un punto muy alto, no solo en las carreras de esos maravillosos creadores sino en ese género que nos apasiona y que, alguna vez, por cuestiones comerciales, pero también con mucha razón, decidieron llamar “Salsa”.
Así que bien vale la pena celebrar este álbum, sobre todo porque demostró que es posible tener éxito comercial yendo contra la corriente, no plegándose a las modas del momento y haciendo un trabajo honesto que siempre valdrá la pena aplaudir.
Hoy me gozaré, como tantas otras veces, “Siembra” porque, como dice la canción, hay que sembrar y dar frutos de esperanza pa´ los que vienen detrás. Ahí seguiremos, así sea de a poquitos.