Héctor Lavoe y Larry Landa |
Son las cinco de la mañana y ya amanece
Juan Pachanga bien vestido
aparece
Todos en el barrio están descansando
Y Juan Pachanga en
silencio va pensando.
Una noche de 1982, mientras el Club Discoteca Juan Pachanga, en
Juanchito, ardía en medio del fragor de la rumba, por fin apareció
Héctor Lavoe. Ese al que todos llamaron el cantante de los cantantes.
Era ya de madrugada y El rey de la puntualidad se negaba a cantar.
Larry Landa, el promotor de artistas de la salsa, quien había
invitado a Lavoe a Cali para que se ‘desintoxicara’ de sus excesos con
la droga, lo había obligado a presentarse esa noche.
Pero
‘Jéctor’ no estaba de buenas pulgas y, en medio de la sorpresa de todos
los asistentes, subió al escenario con sus gafas, su caminar cadencioso,
su delgadez extrema, pero sin ninguna prenda de vestir. Tomó el
micrófono y así, solo con sus interiores puestos, y un público que no
salía de su asombro, los asistentes entendieron por qué Héctor le
cantaba a la vida de risas y penas, de momentos malos y de cosas buenas.
En un oscuro rincón, Larry contemplaba la escena sin ninguna
sorpresa. Ya sabía de lo que era capaz Lavoe. Alto, delgado, buena
pinta, pelo abundante e impecable, ropa ceñida, vestido a la última
moda, con zapato en colores yeyé bien lustrados, el dueño de Juan
Pachanga vivía sus últimos meses de gloria en la rumba caleña.
Desandar las huellas de Larry Landa es tarea difícil. Su vida
transcurre en un extraño limbo en el que se funden lo real, lo mítico y
la oscuridad. Y eso que de él sabemos muchas cosas: que fue el hombre
que transformó la vida musical de los caleños, el primero que trajo a la
Fania All Stars, el ‘dandy’ al que el grupo Niche inmortalizó en un
disco y el que hizo una réplica de la famosa discoteca La Jirafa en su
casa, allá en la Autopista Sur con Calle 60.
Fue también el mismo tipo que puso a figurar a Cali en el mercado
mundial de la salsa, el creador de los Carnavales de Juanchito, el que
nos regaló la dicha de tener a Lavoe viviendo en Cali seis meses. Era,
al cantar de Cuco Valoy (otro de los grandes artistas que trajo por
primera vez a la ciudad), un hombre misterioso.
Ni siquiera se llamaba Larry Landa. Sí, el ‘bacán’ que
algunos consideraban el ‘John Travolta’ caleño, comenzó su vida en el
barrio Calima como César Tulio Araque Bonilla.
Lo recuerdan así Benhur Lozada, Édgar Hernán Arce, Alfredo Palacios y
Alberto Echeverry, leyendas de la locución caleña que lo conocieron e
hicieron parte del circuito de la rumba con Landa en noches que se
prologaban por 48 y 72 horas. Hoy lo dibujan como un joven acelerado, de
pelo largo, siempre de chaqueta y con el cuello de la camisa
sobresaliendo por encima de la misma, atlético y una forma de hablar,
medio enredada, “al que a veces se le pegaba la aguja”.
Termina una orquesta la otra está entonando... / y... la
gente aplaude y grita porque está gozando./ ¡Cómo! En el barrio hay
tres días de carnaval pa' gozar.
Como muchos jóvenes caleños de aquellos años 70, Araque partió a
Nueva York buscando que el sueño americano no se volviera una pesadilla.
Es allá, a mediados de los 60, cuando el ex secretario de gobierno de
Cali, Miguel Yusti, lo conoce, en medio de una brutal descarga de piano
de Larry Harlow, el ‘judío maravilloso’. “Él ya tenía sus negocios y
era un empresario de la salsa, un enamorado de la música y quería poner
una discoteca en Nueva York”, relata Yusti.
Benhur Lozada, uno de los locutores que mandaba en la
sintonía con Radio Tigre, recuerda que el hombre bautizó su discoteca
como Canario, Cali-New York, en plena 69 E Broadway. Su leyenda ya
comienza a abrirse paso. Algunos aseguran que la bautizó así porque
simplemente no pudo ponerle ‘Perico’ Cali-New York.
Ya César Tulio Araque dejaba de existir y le daba paso a Larry Landa.
Al promotor de artistas, el que todos querían, el que pagaba cumplido,
el bacán del barrio. Pero también el de la fortuna sospechosa.
Los sueños de Larry, sin embargo, no estaban en Nueva York, él quería
convertir a nuestra ciudad en eso que José Pardo Llada tronaba una y
otra vez frente a su micrófono: ‘Cali, la capital mundial de la salsa’.
En aquellos 70 eso era sólo un sueño, porque como recuerda el locutor
y empresario musical Alberto Echeverry, mano derecha de Larry en Juan
Pachanga, “aquí no venía nadie, conocíamos todos los discos, oíamos la
aguja traquear todos los temas salseros, pero no conocíamos a esos
monstruos”.
Y es Larry, empotrado en sus fajos de dólares calientes,
quien regresa a la ciudad y organiza entonces una caseta, Toro Sentao,
en las Canchas Panamericanas. Allí, para una Feria, aterrizan para
delirio de toda una ciudad el mismísimo Joe Quijano, el Gran Combo,
Ismael Miranda, la Dimensión Latina.
Toro Sentao, sin embargo, lucía vacío, y a Las Vallas, al norte de
Cali, con la Fórmula 8 y Píper Pimienta, no le cabía un alma. “Landa
llegaba con los músicos a ver nuestro espectáculo”, recuerda Benhur
Lozada. Y es allí cuando se produce una alianza que rompe todo lo que se
había hecho hasta entonces: Landa alquila por cinco años Las Vallas, a
un costo impensable para la época.
Lozada, presentador de las orquestas, y Miguel Proaño, jefe de cocina
de ese club y el Campestre, advirtieron que se iban a quedar sin
trabajo y este último le lanza la propuesta que sellaría la llegada de
decenas de grandes artistas: “Vea, Larry, usted tiene la plata, pero de
esto no sabe y nosotros no tenemos la plata, pero sabemos. Así que si
usted quiere trabajar con nosotros, vamos ‘fifty fifty’, en las
utilidades, más no en las pérdidas”. Landa no lo dudó. Así nació
Promotores Asociados.
Esta empresa, con el dinero de Larry, trajo a Eddie Palmieri
con su orquesta Original La Perfecta, a La Yambú, a la Típica Novel, al
Conjunto Clásico y a la Fania All Stars.
La leyenda seguía creciendo. ¿Quién era ese joven moderno que tenía bailando a toda una ciudad?
Porque Landa no se medía: pagaba lo que los artistas pidieran, recuerda
hoy Yusti. Y no solo cumplidamente, sino en ‘verdes’. Y con unos
privilegios a los que no resultaba difícil resistirse: droga, licor y
mujeres bellas.
Lozada y Arce desatan sus recuerdos y rememoran cómo en esos finales
de los 70 llenaron el Evangelista con el Conjunto Clásico, cuando su
tema ‘Los Rodríguez’ sonaba de lado a lado en el dial. Óscar D’ Leon la
rompía con ‘El suavecito’ y Cuco Valoy, con su calva brillante, les
cantaba a las caleñas ‘Amor para mí’. Landa también apreciaba el bolero
y temió traer a Vitín Aviles y ese estribillo de amores contrariados:
‘Temes que yo diga un día en cualquier esquina, que tú fuiste mía en una
aventura…” .
“En medio de esa locura de Larry le llegó la idea de hacer
un Carnaval en Juanchito”, evoca Édgar Hernán Arce, por entonces
director y programador musical de la Voz del Valle y el locutor
elegido por Landa para que presentara en Nueva York a Fruko y sus
Tesos, la primera banda de salsa colombiana en pararse sobre el Madison
Square Garden.
De nuevo ganó. Corría la segunda versión del carnaval, a comienzos
de los 80, cuando en la ciudad comenzó a correr el rumor de que este era
mejor que la Feria de Cali. Landa, a orillas del Cauca, llevó a la
Sonora Matancera, con la negra Celia Cruz. También a la Fania con
Pacheco y a un Héctor Lavoe guapeando a la vieja usanza salsera.
El escritor Medardo Arias recuerda que Landa creó, además del
Carnaval, el Reinado de la Arena. “Para inaugurar estos eventos,
incluido el club Juan Pachanga, trajo hasta las riberas del Cauca una
orquesta de Nueva Orleans. En aquella noche memorable, mientras los
músicos de Luisiana asordinaban sus trompetas con sombreros canotiers,
en una mesa departían Celia Cruz, Pedro Knight, Alfredito de La Fe, y
los poetas Octavio Paz, el de Cali, y Luis Fernando Tascón, Taseche, más
tarde notable crítico del fenómeno musical
Caribe”.
Caribe”.
Los Carnavales, pues, marcaron un hito en la rumba caleña y el
compadrazgo de Landa con los músicos le permitió incluso llevar a la
Fania a una presentación en la cárcel de Villahermosa. “La gente olvidó
las andanzas de Larry porque él fue un mecenas de la salsa, los demás
solo empresarios. Pero él hizo parte de la cotidianidad de los músicos.
Los recibía como reyes y los atendía como sus hermanos, por eso
trascendió. Larry fundó un universo que se llamó el Carnaval de
Juanchito”, asegura Yusti, sin titubeos.
Todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que
recordar que no existe eternidad / Como el lindo clavel solo quiso
florecer, y enseñarnos su belleza y marchito perecer / todo tiene su
final nada dura para siempre tenemos que recordar que no existe
eternidad…
La construcción de la discoteca Juan Pachanga, al despuntar los 80, y
la llegada de Héctor Lavoe a Cali van de la mano. La ciudad ya se
había transformado en la verdadera capital mundial que anheló Pardo
Llada. Y los caleños se fueron acostumbrando a ver en los bajos del
Hotel Petecuy al Conde Rodríguez, Rey Reyes, Santiago Cerón, Tito
Nieves, Baby Rodríguez y la Compañía, la Orquesta Broadway y Andy
Montañez.
La ruta de la rumba se concentraba en Alameda, la Calle Quinta y la
Roosevelt, con Libaniel, Cañandonga, La Jirafa, El Túnel del Tiempo, el
Escondite, Village Game, Melodías, La Comparsa, Rumba Habana, La
Manzana. Y, claro, se remataba en el Abuelo Pachanguero, Don José,
Agapito y el Concorde, la megadiscoteca de moda en Juanchito y a la que
más plata le había metido Hugo Valencia, ‘el Divino’, como le decían en
el mundo de los narcos.
Eran los tiempos en que el América dominaba el alma futbolera de
Cali; en que ningún negocio del bajo mundo se cerraba sin el visto bueno
de los Rodríguez y sin que de la rumba se dejara de comer chuleta o
carne encebollada en El Bochinche, El Despiste o Apolo.
El escritor Umberto Valverde dice que la relación de Landa y Lavoe
fue tormentosa. De amores y odios. Landa lo invitó a Cali a que se
desintoxicara, pero lo que encontró ‘El cantante de los cantantes’ fue
una rumba feroz y unas noches que no terminaban nunca.
“Héctor vino a pasar una temporada en Cali que duró tres
meses. Vivía más de noche que de día, iba a cantar a Juan Pachanga
cuando quería. Héctor vivió también en casa de Larry, pero también fue
protegido por un amigo panameño, a quien llamaban ‘el Pana’, que le
alcahueteaba la bohemia. Darío Muñoz, propietario de rumbeaderos
legendarios, dice que una que otra noche Lavoe llegaba a Siboney a
escuchar música y tocar maracas”.
Alfredo Palacios Rivera, director de Radio El Sol, otra de las
emisoras con sintonía total en Cali, recuerda que cuando estaba haciendo
El Espectacular de la Salsa, Larry llevó a Lavoe a la emisora. “Era muy
sencillo, se sentaba horas en la emisora a hablar por teléfono,
mientras Landa hablaba con don Bernardo Tobón, propietario de Todelar”.
El violinista salsero Alfredo de la Fe, quien fuera director de la
Orquesta de Juan Pachanga, pasó recientemente por Cali y le describió a
la periodista Lucy Libreros el frenesí de esos días: “Vine a Cali por
tres semanas, pero terminé siete meses… Era una época de rumba pesada.
Después de las tres de la mañana comenzaban a llenarse los bailaderos de
Juanchito. Y empezabas a ver whisky y champañas caras en las mesas.
Aquí me volví más loco que nunca. La primera vez que salí de Juan
Pachanga, después de tocar toda una noche, descubrí algo poético en
medio de tanta locura. Yo venía acostumbrado a amanecer en discotecas de
Nueva York, ubicadas en sótanos. Pero aquí tú salías y lo que te
encontrabas era el río Cauca y los pescadores comenzando su faena.
Eso
me parecía hermoso...”.
La confusa realidad de aquellos años de psicodelia terminó de tejer
la leyenda. De la Fe cree que durante su temporada en Juan Pachanga
nacieron ‘Juanito Alimaña’ y ‘Triste y vacía’, dos de los clásicos de
Lavoe. Pero lo cierto es que fueron escritos por el genial Tite Curé y
Luis López Caban.
Valverde recuerda una rumba de tres días de carnaval en Juan Pachanga
con Larry y Yusti. “El sol nos azotaba, nos despedimos y fui a subirme a
la camioneta de Miguel, cuando Héctor le preguntó a Larry:
-¿Dónde me voy?
-Acá, le respondió.
Larry sacó del parqueadero un carro deportivo que tenía solo
dos puestos. Él andaba con su mujer, a quien conocían como ‘la Flaca’.
Atrás había un asientito de reserva, como para llevar a un perro. Pero
Larry repitió: “Súbete ahí”. Héctor no tuvo otra alternativa. Fue una de
las tantas escenas de amor y odio entre cantante y empresario. Incluso
una vez, Héctor quiso meterle candela a un carro de Larry”.
Los tropeles de Landa y Lavoe rompieron la relación. Mientras el
hombre que respiraba debajo del agua regresaba a Nueva York, Landa
comenzaba su declive. Los excesos de la rumba le pasaron factura. Sin
un peso, emprendió un viaje a Miami sin retorno. Allá fue capturado por
posesión de drogas y condenado a 20 años de prisión. Pero la leyenda
sigue. Unos aseguran que allí fue molido a golpes y otros que tras una
rumba, en plena cárcel, con el Conjunto Clásico, una sobredosis le acabó
la ilusión de vivir de nuevo los Carnavales de Juanchito.
Una tercera versión, relatada a un amigo de Landa por el músico Leo
Casino, su compañero de celda, sugiere que Larry murió en uno de sus
tantos trucos: “Se metió unas pastillas que aceleraban las pulsaciones
del corazón. Quería que lo sacaran de la prisión a una clínica y ver si
podía volarse para regresar a Colombia. Pero los guardias no le creyeron
y Larry se murió, prácticamente, en su celda”, dice la fuente.
Como casi todo en su vida, su muerte también fue caprichosa.
Un misterio. Con un poco más de 40 años, la historia de Larry llegó a su
fin.
Todo tiene su final, Larry, como lo pregonó tu compadre Héctor...
Nada dura para siempre. Tu vida y tu final fueron azarosos, como el
campeón mundial, que dio su vida por llegar y perder lo más querido, en
las masas otro más.